domingo, 8 de febrero de 2009

El último Vivac de un campamento.- Instructor Raúl Gómez Trejo.- Santo Desierto del Carmen, Diciembre de 1946

Cuánto hemos escrito sobre Tenancingo y sin embargo cuán poco hemos podido decir de éste lugar que es síntesis de espiritualidad, alegría, patrullerismo y sentimiento, cualquier palabra resulta ya vulgar y manoseada, repetida hasta el cansancio, desabrida y sin color para expresar exactamente lo que con ella se quiere significar, si acaso podría resumirse en el doloroso desgarrón emocional de un último vivac en Tenancingo, donde al poner un leño en la Gran Fogata de la Amistad, tratamos de glosar en una pequeñísima fracción de segundo, la felicidad de una semana y en donde las lagrimas incontenibles establecen un rasero bendito de igualdad entre los corazones del niño y del hombre. Tres días tan solo estuve en Tenancingo y al mágico conjuro del ambiente, en el crisol incomparable de este resumen de afectos, reverdecieron marchitas esperanzas, reventaron los capullos de otras nuevas y en la tregua de esos días pude recordar, una vez más, que aún cuando la vida es mala, dura, y goza con saña clavándonos garfios de dolor, ilusionándonos con esperanzas sin cumplir, existen reductos donde el poderío del destino es impotente para hacernos sentir sus zarpazos de crueldad, y esa es mi más grande verdad, verdad que solamente puede salir en ocasiones como las de un campamento, en que decirlas es un consuelo. Cuando se hizo mi destino el fiel de la balanza no fue justo, en donde se traza la ruta de los hombres también se escatima la materia buena y lo que más abunda, la pacota y el dolor, se cobra en plazos que llamamos años a un precio exorbitante, la materia de que fue hecho el sino mío no he podido ni puedo hasta la fecha pagarla con gravámenes más duros; cuanto más deseo una cosa más abrojos surgen en el camino, la lucha se acentúa, se hace más desigual, más difícil y pudiera decir más morbosa. En esta ocasión por ejemplo, cuando más que nunca deseaba asistir al campamento, más obstáculos hubo para ello quizás porque el destino sabe que durante ese lapso, mientras tenga el amparo de los muros carmelitas y se extienda sobre mí la cortina protectora de los bosques en que la rama de cada madroño son brazos que oponen el escudo de sus frondas a los lanzazos de la persecución, estoy a salvo de su eterna inquina y su maldad, pero… espera paciente porque sabe que cada minuto me acerca fatalmente a la lazada de mi yugo, el cumplimiento del avatar; y como a mí muchos, por eso el último vivac de un campamento en tenancingo tiene para todos el dolor de los adioses, ¿podremos regresar? Un año es mucho tiempo y… suceden tantas cosas. Si volvemos, ¿quedará todavía algún rastro de alegría para gozar íntegramente del respiro conseguido? ¿No habrá alguien --instrumento inconsciente de la vida-- que nos robe la oportunidad de volvernos a acoger al afecto y al calor de quiénes aún lo pueden dar? Por todo esto es por lo que se llora en un último vivac en Tenancingo, por esto es por lo que se llora con tanta sinceridad y tantísima amargura en esos vivaques inolvidables, y todos lloran, unos con lagrimas calientes y salobres y otros con sangre del corazón, pero todos lloran. Aquella inmensa familia que tan feliz ha vivido al amor del campamento, aquellos que de cada celda hicieron un hogar tibio y querido, aquellos que dieron generosamente la dulzura de su afecto y lanzaron a los confines del bosque su alegría, en un lapso de poquísimas horas habrán de dispersarse como esparce las hojas del barranco el viento frío que viene del Balcón de San Elías, mañana, es cierto, volveremos a los viejos cariños de familia, pero ya no juntos, no sintiéndo las pisadas que con las suyas hollaban la vereda; en lugar de hojas secas que alfombran de castaño la ladera y la grama mullida de los senderos, en vez de solazar la vista con la gótica arquitectura del follaje y de oir el silencio del barranco roto apenas por la clarinada triunfal de los zenzontles, mañana verán las jaulas de concreto que aprisionan alma y cuerpo de los hombres y que prisiones al fin, son jaulas feas, coches y tranvías cruzarán estridentes por los grises canales sin cielo de las calles y ellos, los amigos, los hermanos, se hundirán en el mar de la ciudad acompañados nada más por los recuerdos. Así, cuando los veo acumular los troncos para formar la última fogata, cuando veo cara por cara de esos muchachos que horas más tarde habrán de realizar, enlazando las manos, la comunión casi litúrgica de la hermandad, pienso que la rueda ritual de esa noche quemaremos la bellísima novela que entre todos escribimos en los muros de las celdas, las veredas del barranco y los bosques del convento. El último vivac de este campamento tuvo facetas muy distintas de los otros, el escenario fue el mismo y sin embargo lo encontramos diferente; en el fondo ninguno hemos cambiado, nuestro exterior es casi el mismo, apenas en los grandes, algunas arrugas más. --naturales rúbricas del tiempo en la cara de los hombres.-- las sienes más grises y el alma más cansada; en los pequeños, a fuerza de verlos con frecuencia, no notamos siquiera que su ropa es más grande que la del año pasado y que en algunos ya apunta el bozo precursor de voz más ronca, pero hay huecos que hace un año no veía; junto al tronco ya tradicional del “atolito” no está la figura inolvidable de Glostora, que envuelto en una sábana, tiritando de frío y coronado con renuevos de algún pino, bailó con Cubita su último vals en Tenancingo. La Vida, impaciente tal vez, optó apenas hace unos meses por romper el freno injusto que impusiera a ese corazón que a fuerza de darse en sus cariños, se cansara para seguir alentando en jubilosas carcajadas, no quiso Víctor quizá, seguir oyendo aquellas recomendaciones de “no corras”, “descansa”, “más despacio” y ahora se ha adelantado en comisión al más allá para preparar nuestra llegada; queriendo o no, tendrá que esperar a los rezagados como otras veces, atisbando desde arriba como lo hacía desde El Mirador en Tenancingo viendo acercarse la lenta fila que serpenteaba por el camino de la Cruz. Sin embargo la muerte, (primera vez que menciono esta palabra en una impresión de Campamento) no ha sido capaz de hacerlo faltar a su cita con nosotros, siento intensamente su presencia, “algo” está junto a mí, podría jurar que así era y casi hasta lo veía moverse con aquel ritmo sabroso y contonero de su cuerpo corpulento, que se reía en aquellas carcajadas juguetonas que aún no se extinguen del oído. Carlos Jiménez se apretuja contra Gustavo Garza y aprieta fuértemente la mano de Champaña tan querido sintiéndo, como nosotros la ausencia del Ketox, hace un año también, no pensaba en que la vida habría de llevarlo al premio justo de todo lo que es, el Queco hermano, se apretaba a los amigos y recuerdo que fue el único que pudo hablar con claridad en el momento supremo de lanzar su leño, mi pensamiento casi lo materializó, puedo decir que lo palpaba y si en ese instante alguno canta “La Barca de Oro” o “Compadécete Mujer”, pese al inquebrantable propósito que me hice. --infructuosamente como en años anteriores.-- me hubiera soltado llorando como un chiquillo. Queco está ahora lejos, muy lejos de nosotros y me hizo pensar, con los ojos que miran sin ver clavados en la hoguera, si en éstos momentos él estaría también despierto viendo las luces lejanas de Cincinnati y pensando en Tenancingo… como te extrañé ¡Queco manito! Muchas cosas no sucederían si tú estuvieras sentado como siempre en este último vivac. Del otro lado, donde ahora están sentados los muchachos más nuevos de la asociación, donde abren los ojos un tanto sorprendidos los del Grupo “16", hace un año se sentaba un viejo luchador y un gran amigo: Mayo Martínez; no sé que impresión me causa su ausencia, sentimiento tal vez de pensar que ya no sea el Mayo que queremos, él de aquella celda ”6" del año pasado que vimos deambular amodorrado y perdido en los pliegues de aquella enorme pijama paternal por los corredores, él que en la choza de Hipólito hiciera cumplidos honores a la pipa de la paz entre mordisco y mordisco a las incomparables quesadillas que eran grumos y hebras de queso oaxaqueño, al domador de la Mujer Aguila… el Mayo que lenta pero inexorablemente va olvidando a sus hermanos. La víspera de salir para el campamento, Chucho Moreno fue a visitarme a mi casa para pedirme que no olvidara poner su leño en la Fogata; iba con esa muchacha rubia y menudita que con él trama su gobelino de ilusiones, pronto se casarán y alguna vez irán los dos a Tenancingo, ésto será profético. El señor García Cabral me habló también para dos cosas, ofrecerme un frasco de esos riquísimos chilitos que tan bien sabe preparar y para pedirme por deseo expreso de la señora García Cabral y de Elma, pusiera los leños en la hoguera; trasunto de enorme espiritualidad y de camaradería que no se ha circunscrito a los patrulleros, sino que se ha enraizado profundamente en nuestras familias: ¡un leño en su nombre en la fogata de Tenancingo! Somos ochenta en total y la falta de los ausentes es notoria, no estará tampoco Cubita, Marta no nos ve con esos ojos tristes y mansos que nos hacen quererla. Víctor Hugo Vélez, mordiendo su dolor como yo lo hubiera hecho si no logro asistir al campamento, estaría en esos momentos con las manos cruzadas en la nuca, insomne, amargado, pero tomando como todos los ausentes su sitio en el Vivac. Ya es muy tarde y los pocos números que hubo en el Vivac, se han desarrollado sin interés, más por lo omnioso del ambiente que por los números mismos. Dos de las “Triples” del año pasado no vinieron, Raúl Pérez y “Esteban Martrínez”. Inexorablemente vemos acercarse la hora en que el corazón se contrae, acelera sus latidos y el dolor punzante habrá de barrer con la alegría, el frío se hace más intenso y el panorama nocturno del convento, bañado por la luz fría de las estrellas que por millones cintilan en el joyel del firmamento, estruja más el corazón y oprime fuertemente la garganta. Con ese sentido nos hace reconocer a todos la supremacía indiscutible de Rafael y con ese don que tiene para imprimir el sentimiento y matizar de emoción estas ocasiones, Palomo hubo de pasarle la dirección de la ceremonia final, su memoría prodigiosa no olvida una cara y jamás omite o titubea un nombre, con instinto certero va acomodando el uso de la palabra para formar un bellísimo monumento que sirva de remate al campamento; al llamado de Pozos cada uno se adelantaba con un leño en la mano, las llamas juguetonas de la hoguera, que por momentos se hacía más y más grande, más caliente y acogedora, más simbólica de lo que significa la AMISTAD así con mayúsculas es en los “Amigos del Bosque”, daban a las caras un aspecto irreal, un tanto fantasmal, más doloroso. El primer leño todos lo pusimos en nombre de Víctor Herrera, y coincidencia si se quiere, al chocar con la fogata estallaba en una pirotecnia maravillosa, en millones de moléculas que como el holocausto de Abel, inundaban de luz la oscuridad flechando rectas hacia el cielo, parecía como si Víctor, que con absoluta seguridad --puedo jurarlo repito-- estaba con nosotros esa noche, contestara con un luminoso ¡presente! a cada leño que el tributo de sus hermanos le rendían. El segundo leño fue también general por el éxito de Queco en su lucha fuera de la patria, el tercero y los demás, en nombre de algún amigo ausente, de la familia y por la enorme amistad del patrullero. Junto a mí sollozaba fuertemente César Obregón, Canut y Alvarito, tres muchachos esos a quiénes quiero muchísimo; muchas veces he pensado que si Dios me hubiera dado un hijo hombre, hubiera querido que tuviera la sonrisa y la mirada de César, el cabello y la inquietud de Alvarito, mucho de Canut y el corazón de los tres; Palomo pidió con toda la fuerza de su fe que yo fuera a Tenancingo, César Obregón, con una convicción que me hizo renovar esperanzas, me vaticinó que iría al campamento, y Dios quiso hacerles gracia y tuve la fortuna de estar con ellos, aunque solo por tres días, compartiendo la dicha en Tenancingo. Pozos fue el último en hablar según su inveterada costumbre, y a Dios gracias que así sea, es el único que conserva el cerebro estable y el único que puede hacer una síntesis de lo que los demás tratamos de decir, porque realmente, ¿qué dijimos? ¡Quién sabe! En esa lucha interior tratando de coordinar un mediano pensamiento y vencer al mismo tiempo la rebelde nublazón de nuestros ojos, de aclarar que se quiere en la garganta y de aparecer con una fortaleza que jamás ha estado con nosotros en ese momento culminante, atrofian el cerebro y si se consigue articular trabajosamente algunas frases, no sirven sino para desgarrar más hondamente, con más fiereza, el sentimiento que tratamos de controlar. Pasadas las doce de la noche, por el horizonte anguloso del Balcón de San Elías, fue apareciendo el disco enorme de la luna, casi siempre nos ha acompañado en nuestro último vivac en Tenancingo o en el Valle del Patrullero y esta vez llegó justamente a tiempo para ver formar la Cadena de la Amistad, que es uno de los patrimonios exclusivos de los “Amigos del Bosque”, y que no siendo posible abrazar a todos al mismo tiempo, se unen las manos de todos, formando un anillo gigantesco en tanto que en el centro, la fogata formada con un sin número de leños, se convierte en una hornaza que funde los afectos y la explanada en el yunque en que se forjan; pasan como plomo los tres minutos rituales de silencio, al final de los cuales, sin barrera posible que contenga, todos buscamos en estrechos, profundos y sentidos abrazos, el consuelo de todos los amigos que desde ese momento son hermanos. Cuando fuimos al Balcón, las linternas que punteaban el camino de los robles alumbraban insistentemente hacia el suelo, a la luz blanca de carburo o la tristemente amarilla del petróleo, iba viendo los pies de los muchachos, unos grandes y seguros, precavidos, buscando los sitios seguros para evitar el esguince, otros chicos, alocados, gozosos, con frecuentes tropezones, a su vista hube de recordar el artículo leído en no sé donde, en que hacía la consideración de porqué los niños merecían todo el amor y toda la ternura, por el camino que a los pies chiquitos les falta recorrer para hacerse grandes a lo largo de la vida; y ahí, sorteando las piedras del sendero, con mis brazos dando apoyo a dos chiquillos, sentí la nostalgia de mis hijas, del regazo tibio de mi esposa, la satisfacción que da el sentirse capaz de proteger y de luchar por otros aún cuando el resultado de la lucha no sea bueno, de saberse hombre y de sentirse humano, ¿qué al regreso habrá que luchar? ¡qué importa! ¿Que el futuro se presenta nebuloso y amenazador? ¡Tampoco importa! ¿Que el destino se niega a suavizar asperezas? Algún día se cansará y entonces, más que nunca, recordaré ésta noche en Tenancingo.

Campamento al Santo Desierto de Tenancingo, diciembre de 1946

2 comentarios:

  1. hola mi nombre es rafael galindo beltran y me dio gusto encontrarme con este blog ya que en mi infancia yo perteneci a los amigos del bosque alrededor del 40 al 45 y fui a varios acmpamentos a tenancingo por azares del destino en el 45 me vine a veracruz, y buscando fotografias del convento para enseñarselas a mi nieta y nos topamos con el blog.

    me daria mucho gusto compartir mas con ustedes mi correo es abuel.rafa@hotmail.com ademas me gustaria saber la suscrpcion al periodico patrullero, gracias

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  2. mi nombre es Sylvia Garcia Cabral Mynatt, hija de Sergio Garcia Cabral Crespo, fundador de Amigos del Bosque.
    Ha sido tan hermoso y emocionante haberme encontrado con su blog.... uno de mis pequeños sobrinos los encontró primero y me dijo que habia visto fotografias de mi papá, asi que decidí tambien verlas.... todo esta lleno de hermosos recuerdos, de gente que ya se ha ido pero que formaron parte importante de la familia que mi papá y mi mamá formaron.... Muchas gracias y mil felicidades!!
    mi correo es: sygcm_2@hotmail.com
    me encantaria saber mucho, mucho mas de uds!!!

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