domingo, 8 de febrero de 2009

Diario de un campamento a Tenancingo.- Instructor Raúl Gómez Trejo

Nuestros cuerpos han vuelto a ocupar su lugar en el inmenso engranaje que marca el ritmo y norma los imperativos de la civilización, pero nuestras almas, ávidas aún de paz y de verdores, han quedado sujetas en las milagrosas calzadas del Santo Desierto de Tenancingo, no hemos podido sustraernos a la ley inmutable del tiempo, de las cosas y de vuelta en la ciudad buscamos nuevamente el equilibrio a un existir monótono, hueco y sin sentido. Queremos plasmar en pensamientos la traducción imposible de algo que se antoja ahora distante… muy distante, irreal, casi fantástico; tratamos de retener avaramente las mil impresiones de nuestro paso en ese Edén y suspiramos por cada cosa que borrosa se escapa o que rebelde se niega a estamparse en una idea, en la cara satinada del papel. Esta etapa marcará de manera decisiva en el libro de nuestras vidas siete hojas de maravilla incomparable, siete lazos de una amistad fraternal y sempiterna, pero hojas o lazos, sólo fueron momentos benditos que pasaron a confundirse en un ayer borroso y para siempre ido. Sábado 21 Nuestro viaje en el camión sólo es el preludio al concierto multitonal de un campamento, hemos pasado ya Salazar y casi no veo ya el camino, como todos he dejado en la ciudad los cariños de mi vida y procuro distraer los pensamientos tristes observando las caras de mis compañeros con quiénes he de convivir bajo un mismo techo una semana. Hay de todo entre ellos, algunos absorben con los ojos el paisaje y en su mirada hay la inquietud de un viento de montaña, otros, aunando el cerebro con los ojos, dejan fijo su mirar en lontananza… quizá hacen recuerdos del hogar que a cada vuelta de la rueda se aleja más y más… quizás extrañan el nudo bendito de los brazos maternales, en los más observo su mirar agrandado de sorpresa, como aquel que despierto está aún soñando, la gris serpentina del camino nos da la sensación de correr veloz bajo las ruedas del camión y vamos pasando Cola de Pato, Lerma, los puentes de columpio --pesadillas de Opín-- y rápidamente desvía el camión hacia la bifurcación, dejando a un lado el camino a Metepec, pronto comienzan las nubes de polvo amarillento, sofocante y pertinaz y a través de su neblina tendemos la mirada a los vastos sembrados de maíz, los labradores llevan en su mano largas pica para azuzar a los bueyes mansurrones y cansinos, y las blancas motas de las nubes coronan este marco bucólico y feliz; en Santa María Pichucalco una pareja de novios se dirige a la iglesia del lugar, es saludada con gritos y aplausos, y con las esplendidez del que tiene de sobra, les deseamos felicidades y “hartos pesos”… Ya los maizales contribuyen a dar cierta monotonía verde al paisaje y pronto llegamos a Tenango, bajamos un poco para desentumecer las piernas, a poco continuamos los tumbos --reminiscencias de las diligencias de antaño-- y procuramos distraer el cansancio del viaje cantando, comentando las peripecias del camino o viendo como explotan la savia de los pinos haciendo incisiones en el tronco y recogiendo el líquido en pequeñas cubetas, vaciando la sangre del árbol que aún herido, derrocha su verdor para descanso de la vista fatigada del viajero. Van cerca de tres horas de camino; los riñones se quejan doloridos y cuando Yeyo y Germán nos señalan en una hondonada Tenancingo, un suspiro de alivio se escapa de los pechos, pero aún falta por terminar un marcado descenso y al bajar del camión nuestras coyunturas rechinan como bisagras sin aceite o como navajas sevillanas; bajamos las mochilas y con exquisitos cuidados los cajones que contienen “la del diente”. Fuimos algunos, respaldados por una carta de la señora Torner, a conseguir animales, poco después, el tesorero con seriedad digna de una estatua del Monumento de la Revolución, nos hizo formal entrega de un tostón para comer; a las tres de la tarde todos nos hallábamos concentrados en la casa de Don quién sabe quién y regateábamos el precio de cuatro burros para que, haciéndoles un honor único en sus vidas, cargaran los tremendos equipajes de cada patrullero. Emprendimos el camino y a poco fuimos refrescados por un verdadero trasunto del diluvio universal y dominando lenta y penosamente los zig-zags del cerro en el que se levanta el Convento, a poco fuimos llegando al Carmen. A partir de ese lugar, comienza la calzada que conduce directamente al convento, está bordeada de cedros del Líbano y su paisaje se ofrece como una balsámica compensación a las fatigas de la caminata. De vegetación variada y multiforme con una rumorosa y muelle alfombra de hojas tempranamente desprendidas, se antoja una mansión castellana de los tiempos medioevales o un arco de verdor y mil aromas, que purifican las almas y los cuerpos para que éstos lleguen sin mácula del polvo de la vida a las arcadas del convento; no se prolonga mucho ésta calzada, contemplamos con curiosidad las estaciones del Vía Crucis señaladas con mosaicos en los que, ni la acción destructora del tiempo y de los hombres ha borrado aún sus inscripciones, y unos treinta metros antes, se destaca entre la filigrana de ramas y de hojas, la entrada del recinto carmelita. No alcanza la mente a comprender el porqué, no obstante la feliz algarabía, no se llega a romper la beatífica quietud del ambiente; trasponemos la Puerta de la Excomunión y en el pequeño patiecillo, Pozos hace la distribución de elementos para las celdas. Esto es trascendental, los humanos defectos no tardarían en dejarse sentir, y si no hay afinidad entre los ocupantes de las celdas, en las que se agruparían para hacer vida en común cinco, cuatro o seis muchachos, pronto vendrían los choques y las nubes encapotarían el cielo azul del campamento; terminada ésta operación, hacemos nuestra entrada abriendo todo lo más posible nuestros ojos, que esperan encontrarse con la severa arquitectura de un antaño colonial o que la sombra del padre tornero se interpone para exigir cuentas de nuestra audaz irrupción al recinto de retiro. Viene el acomodo de las celdas, las lámparas de petróleo inundan de luz amarillenta los locales y el silbato que anuncia “rancho” nos lleva a la cocina a satisfacer nuestros caninos apetitos. No hay vivac esa noche y nos retiramos a dormir. Las Rosas de la Virgen, que según cuenta la leyenda fueron plantadas por Fray Pedro de Santa María, y que abundan en la huerta que aún no conocemos, para la cual dan nuestras ventanas, nos envían su saludo de aromas y soñamos… nos hundimos poco a poco en un mar de descansos y perdemos la noción del ser y la materia… Domingo 22 Son las cinco y media de la mañana y ya es imposible dormir, en la huerta, una parvada inmensa de pájaros, argentinos embajadores de la naturaleza radiante del convento, han acudido a llevar su saludo matinal a los patrulleros dormidos, el sol ha metido áureos brazos a través de las ventanas y acaricia los ojos invitando a levantarse, me asomo a la ventana para admirar el jubileo de las aves que pronto hacen rivalizar su coro con el sol fulgente y mañanero inundando de trinos y de oros las caras sonrientes que buscan en el agua de la fuente su primera manifestación de la vida de campamento. Pasa el “rancho” que aturde y enerva a la comisión de alimentación y luego, impelidos por nuestra curiosidad, vamos a registrar todos los rincones y los dormidos ecos conventuales se estremecen al paso de las botas que con el cascabeleo de sus estoperoles profanan la quietud de las cosas que duermen el sueño de los años; se impone poner un freno a las manifestaciones patrulleras y pensamos en “fantasmas”, sí en fantasmas que limiten un poquito el carrereo y nos ayudan a poner la nota de emoción al campamento, rápidamente me hago de un auditorio y comencé por contarles que cuando la campana tocaba sola doblando a duelo con tres toques, los fantasmas que en todo momento vagaban por los corredores y patios del convento hacían sus manifestaciones más horribles, les narré haciéndola de actualidad, la historia de “Puñales”, las apariciones del comedor, de como al toque de campana sucedían cosas muy raras en las tumbas colocadas al pie del Cristo de las siete Suertes, etc. El silbato con sus imperativos de “reunión”, nos llevó a formar, organizándose una excursión al Balcón del Diablo, el camino lo hicimos acompañados de la guitarra de Millán, y descubrimos como nuevos y formidables proyectiles las bellotas de encino que abundantes nos brindaban la oportunidad de hacer un zafarrancho. Admirábamos la vista encantadora de los predios que simulaban araños en la verde epidermis de los fondos, el vuelo magnífico de una aguililla que enseñoreaba el negro terciopelo de sus alas en el infinito piélago cobalto, las cámaras dejaron oir sus clicks nerviosos, entrecortados y cuando el sol llegaba a su cénit emprendimos el retorno. Un breve regaderazo y llamé con el silbato a los hambrientos patrulleros, ¡que apetito Señor! ¡que divergencia de opiniones! Unos querían la sopa así o asado y otros de ésta o de tal manera, sonaban violentos manazos propinados con toda cordialidad al que se atreviera a acercar las extremidades digitales al pan del prójimo más cercano. La siesta, sabrosa y bonachona, fue interrumpida por una declaración de guerra en toda forma y Marte campeó por sus respetos hasta cerca de las cinco de la tarde, en que el silbato de Pozos, paloma mensajera de la paz, nos congregó para oir de sus labios, la primera academia del campamento sobre organización. Fue concisa y entendible perfectamente y levantamos la sesión al caer los primeros goterones, nos fuimos a las celdas y pronto hubo necesidad de encender nuestras linternitas mientras un caos de agua y relámpagos se debatían afuera azotando con furia nuestro albergue. Después de la cena nos reunimos en el corredor frontero a la capilla poniendo como Fuego de la Amistad las linternas de petróleo, impacientes, quisimos que comenzaran desde luego las pruebas del vivac y el resultado no se hizo esperar: Vallejo, (más conocido por Palmolive), Modesto, y Gómez Ciriza, éste último haciéndola de “muerto” abrieron plaza con una comedia bien interpretada y finalizó con que el muerto, para ver que gozaba de cabal salud, se levantó echando ágiles galopes y pidiendo silencio al auditorio, conseguido se arrancó con “Los Caballitos” y una mímica gimnástica brutal. Contento del éxito obtenido siguió con “Las Brujas” y así nos hubiéramos pasado la noche entera si no ponemos un hasta aquí a nuestro Cricrillesco cantor, Patiño y los González, comenzaron a cantar no sé qué cosa y les siguieron varios números más, el cotarro de infanties comenzó a dormirse y con todas las de la ley, y según frase del “Hampón”: cada cocho a su botella. Lunes 23 Hemos comenzado el día cantando “Los Caballitos”, mientras nos cambiamos de ropa oímos el sanquintín de las celdas vecinas y me presento con Pozos para recibir órdenes del pipirín. No llevamos apenas dos días de campamento y ya muchos han perdido desde la costumbre de dar los buenos días hasta la pastilla de jabón, surge alguno que cree reconocer en manos de otro su pasta de los dientes, la toalla, el peine o un calcetín y entonces se apela al viejo medio del testigo, rápidamente se arreglan las cosas y acuerdan que “a mita y mita cuatezón”. Nos hemos congregado en las afueras y como todas las cosas, cuando estamos juntos y sin quehacer, nadie sabe como pero de repente surge el primer piñazo, los bandos se forman en un santiamén y pronto podemos ver los resultados: carreras cerro arriba y cerro abajo, ayes e interjecciones mal disimuladas y prisioneros sin la prenda distintiva del sexo masculino que pululan en calzones sacando el bulto a los proyectiles perdidos, nuevamente el ángel de la paz en forma de un silbato, nos llama para comenzar la prueba del Salto de Longitud, todos hacemos esfuerzos sobrehumanos para mejorar la puntuación y cuando ha finalizado la prueba, se oyen los comentarios de los noticiosos que hacen públicas las calificaciones obtenidas; de pronto sentimos una violenta contracción en el estómago, la vista se nos nubla y recurriendo al reloj para saber el porqué de nuestras cuitas, y nos damos cuenta de que es hora de ¡"Rancho"! Acudo a la cocina y doy mis probaditas con el visto bueno respectivo, luego a la regadera y con toda la fuerza de mis pulmones, poco después el toque consabido y que todo podrán olvidar menos el “rancho”. Apenas si tenemos un tiempecito para dedicarnos a la “floricultura” cuando ya se nos llama nuevamente para pasar la prueba de correr los cien metros en catorce segundos. Queco y yo nos situamos al final de la meta y en breve los moscos nos ponen como chocolates con gragea, prendemos fogatas con hojas secas para ahuyentarlos con el humo y aplicando aquello de la canción, vaciamos todo el Mentolatum que conseguimos en nuestras descascaradas humanidades. Viene la cena, y mientras sirvo y más sirvo tazas de café con leche y todo lo que a la cena respecta, mi mente urde el primer cañonazo de “espantadas”, llamo con disimulo al “38" y lo cohecho con doble ración de bayo gordo y éste, sin más explicaciones sale del comedor arrastrando a la Mascota; en cuanto han terminado de cenar los espantados en perspectiva, nos sentamos a cenar los que servimos, con el último trago de café coincide un endemoniado pataleo y en el comedor hacen irrupción los que valerosamente habían corrido la voz de ”darle una vueltecita a los corredores acabando de cenar", para darnos cuenta de que no obstante el ofrecimiento de que pamba al que corriera, todos estaban en la mejor disposición de recibirla, pero que no querían tratos con cosas ultraterrenas; nos contaron que la campana había sonado sola tres veces y que al final del corredor de nuestras celdas, habían visto atravesar una sombra alta, muy alta vestida de blanco, que vela y devocionario en mano musitaba sepa el diablo que oraciones. ¡Llegaba el momento de actuar! Rápidamente tomé mi linterna y me hice acompañar por el señor García Cabral y de Segundo Portilla diciendo a voz en cuello que era cuestiones de la imaginación y que yo quería ver al frailecito que se pusiera al alcance de mi hacha, con miradas de admiración por mi “valor”, me vieron salir del comedor y cuando doblamos el recodo de nuestro corredor, tuve un feliz encuentro: Millán y otro prójimo del que no recuerdo el nombre, se ofrecieron a ayudarnos y por primeras providencias moví la cruz que está colocada entre las celdas 4 y 5, luego ya para llegar a la sacristía, me di el azotón con un colapso macanudo; corrió Segundo Portilla a dar la novedad al comedor y poco después el señor García Cabral llegaba confirmando la noticia de que por causas que le era imposible decir delante de los chicos, pues se trataba de un fenómeno enloquecedor y espantoso, había azotado yo en tremendo “vacazo”. Me encontraron con la camisola desabrochada y en brazos de Millán, que trataba de “volverme en mí”, como pudieron me transportaron al comedor dándome traguitos de agua con azúcar y de café calientito y con órdenes terminantes de que se me dejara reposar, cuando me hube “recobrado” fui contando con voz entrecortada… por la risa, (que inmediatamente Pozos le atribuyó origen nervioso) que al pasar entre las celdas 4 y 5 había notado un movimiento en la cruz y que como iban conmigo el señor García Cabral y Segundo, me había adelantado para darles luz… cuando de repente sentí un intenso frío… una mano que se apoyaba en mi hombro izquierdo y una voz cavernosa e imposible de describir que me decía: ¡ésta noche es de los muertos…! que ya desconcertado por éstas manifestaciones volví la cabeza y… que me encontré con una sombra vaga que flotaba en el espacio y que apenas hubo entregado su fantasmal mensaje, había desaparecido en la oscuridad de la sacristía. Aquí fue el acabose, Arechavala y el Silberman, Patiño y los González, Valderrama, Vidales, Gómez Ciriza y Vallejo abrían desmesuradamente los ojos, en tanto que el Hampón, García Guerrero y los demás se enjugaban el sudor que frío les corría por la frente, Torner Bigotius disimulaba una risa de ojos detrás del escaparate de sus antiparras y Yeyo todavía sin convencerse me preguntaba: ¿Qué pasó Vacón, te hizo daño la cena? A la orden de Pozos, hice un esfuerzo y rodeado de la palomilla que no dejaba de preguntarme barbaridad y media me dirigí al vivac, todo el trayecto del comedor a las afueras lo hice sumamente presionado en un brazo por la colgadura de Patiño, en tanto que los González ganaban a patadas un lugar dentro del círculo de las linternas. El vivac se desarrolló pausado, casi solemne, Gómez Ciriza lo pasó con un pañuelo frente a los ojos, para no ver un fantasma. Los sentimientos se unificaron y todos buscaban y ofrecían mutua protección, abundaban los diminutivos de “fulanito”, “manito” y demás, todos se unían ante la presencia de algo terrible que amenazaba por igual y me alegré de que mi feliz desmayo hubiese contribuido para consolidar las cadenas de amistad, no obstante que la guitarra y los organitos apelaron a los sentimientos de valor patrulleril, se levantó el vivac con el minuto de silencio en tanto los ojos, agrandados, hurgaban las tinieblas en busca de una sombra o… de un fantasma. En la cena se nos había repartido unas tarjetas para que escribiéramos a nuestras casas y por mucho rato la luz de las celdas brilló para alumbrar muchas lagrimas que temblonas se asomaron, y que fueron mensajeros de cariñosos sentimientos, quedando impregnadas en el papel que habrían de leer la madrecita, el padre o en mi caso mi esposa y mi nenita; fue un momento duro en que el cerebro se negaba a dar palabras suficientes con que pintar nuestras felicidades y nuestros dolores. El peculiar tráfago que precedió al reposo durante la noche del campamento, se hizo más notorio; a partir de esa noche se estableció la costumbre de desfogar las necesidades fisiológicas en grupos… no menores de diez, la vigilia hizo presa de los ocupantes de las celdas, los que pasado el momento espiritual de escribir sus cartas, volvían al terreno material y recordaban los fantasmas, hasta muy entrada la noche, no dejamos de escuchar afuera, en el corredor ayes espantosos, arrastrar de pies y suspiros de los fantasmas de Reding, del “38" y de Portilla, nadie cuando menos en mi celda, tuvo valor y arrestos suficientes para dejar la cabeza fuera de las cobijas, por aquello de que en el momento menos pensado algún fantasma o sombra carmelita hiciera acto de presencia en nuestra celda y que por mucho halo de virtud que tuviera… no dejaba de ser fantasma! Martes 24 Es maravilloso el poder de adaptabilidad que tiene el cuerpo y la mente humanos, tan sólo llevamos tres días de campamento y todos nos hemos acostumbrado al ambiente que en un principio nos fuera, si no hostil, cuando menos desusado; ésta mañana han amanecido muchas caras ojerosas acusando la vigilia; durante el desayuno se han hecho comentarios muy variados respecto a los “fenómenos” de anoche y algunos, no obstante la luz del día, que ha devuelto la confianza a la mayoría, quedan resabios de un temor infantil y pertinaz. Llovió toda la noche y ahora huele gratamente a tierra mojada, aroma que se entremezcla con el de los cedros, las rosas, el tomillo; de la tierra sube un vaho agradable y húmedo y tal parece que las matas se han enjoyado con perlas y diamantes de rocío en vibratil floración de la mañana. Mientras se organiza el programa del día, he ido con Valderrama a visitar la capilla del convento, es relativamente pequeña y el estilo de su ornato quiere ser un alarde churrigueresco, los dorados son bien proporcionados y agradables, sirviendo para hacer marco a las figuras hieráticas de algunos santos. Me asalta de inmediato la idea del porqué la humanidad ha tratado de representar a imagen suya la idea de concepción de lo divino; la educación religiosa de mi infancia choca brutalmente con el actual criterio de mis años, de niño fui monaguillo y la severa educación marista modeló la base de mi religión y mis creencias, jamás me había preguntado como ahora los contrasentidos de éstas representaciones; en un altar, arriba, destaca el ojo de la providencia; en el ara del lado opuesto, el Espíritu Santo flota sobre la misma Providencia como sinónimo de la Trinidad, representada en “tres personas” y bajo la concepción humana y materialista de “cuerpos”. ¿Será necesario para el sentimiento religioso humano, cualquiera que sea la doctrina que sustente, el representar a imagen suya el concepto de una divinidad? ¿No es esto un fetichismo? ¿Es que el presentimiento de lo divino debe plasmarse en la representación de un cuerpo semejanza de lo humano? Sería difícil hallar respuesta a todas mis preguntas sin adentrarme en un silogismo enmarañado de diversas teologías y no he venido al campamento a tratar de desentrañar los complejos de lo que vivo. Esta mañana hemos librado una colosal batalla, Guzmán había formado un bando y Pozos capitaneaba otro, el de Guzmán estaba desorganizado y parcialmente disperso, el bando contrario dominaba la situación y se hallaba en la explanada en espera de un ataque o hurgaba entre el bosque buscando a enemigo sin hallarlo, me invitaron a la lucha y dando un rodeo por el manantial fui adentrando a mi guerrilla por entre las encinas y luego de explorar convenientemente el terreno, en el momento menos pensado, bajamos atacando y pronto la paz franciscana del lugar se vio rota por gemidos y desesperados forcejeos, después de un breve combate, quedamos dueños del campo tomando prisionero a Reding --temible por su fina puntería-- y quién contra viento y marea no se dejaba quitar los pantalones, Pozos cayó poco después y con el arresto del lider dimos por terminada la contienda. Cuando los ánimos se serenaron, Reding echó de menos su hacha, la buscamos con empeño por cuantas partes supusimos pudiéramos hallarla y cuando vimos la infructuosidad de nuestro esfuerzo, nos quedó el recurso de lamentar su pérdida sin que esto, como es natural, consolara al afectado. Felipillo Santo me condujo mañosamente a la celda 4, y ahí me agasajó con un magnífico tónico que ostentaba patente de “La Victoria” Tenancingo, y esto, unido a la cantidad, me puso en condiciones de saltar con paracaídas o sin él por el Balcón del Diablo, en tales condiciones de “valor”, llegó Vidales a comunicarme que un arriero que había traído de Tenancingo a unas familias, aseguraba que se habían encontrado en tal sitio, un hacha de éstas y otras señas. Cuando los peregrinos salían de cumplir su piadoso cometido, les dirigí claramente una pregunta que más bien era acusación y hubo momento en que Germán y el “38" se acercaron a mi creyendo que pronto habría entre el jefe de la familia y yo, un diplomático intercambio de notas a trompadas, por fortuna hubo una retirada honrosa de ambas partes y dimos por perdida el hacha de manera definitiva y me metí a mi celda jurando por todos los santos no apelar más al medio de… ”échenme el gato…" Omití poner en el día de ayer, un incidente que causó verdadera sensación. Por la tarde Pozos y algunos más, entre ellos el Hampón, Yeyo, etc, habían ido al Carmen para encargar pan a Lencho, Millán, periódico en mano, me aseguró que San Luis Potosí y México habían sufrido un ataque aéreo y que yo que ellos se regresaban en previsión de que algún disturbio de orden público, originara que las comunicaciones con México se interrumpieran. Con alas en los pies fui también al Carmen a dar parte de novedades a Pozos y quedamos en no dar importancia a la noticia en tanto que el señor García Cabral que saldría al día siguiente, es decir hoy, no nos diera algún aviso sobre el particular. Ahí en el Carmen comentaban felices las aficiones del Hampón por los bailes clásicos, pero con la mala suerte de que Tepsícore enredaba las botas con los cabellos y en vez de la “Muerte del Cisne” que había pretendido ejecutar, había hecho una barrena en punto de motor a toda revolución azotando cual venerable simio en un reliz cubierto de hojas. El señor García Cabral había salido ésta mañana y esperábamos que mañana miércoles llegaría la señora García Cabral con Elma y la señora Torner de guía. La tarde la empleamos en una academia y prueba de primeros auxilios y después de la cena, pidiendo un cuchillo por aquí y un hacha por allá, se organizó una excursión al Balcón del Diablo para oir de cerca el famoso grito del fraile renegado. De mi celda solo Vidales y Valderrama fueron; cuando regresaron, sólo unos ojos desmesuradamente abiertos y un fuerte cascabelear de rodillas, atestiguaron el hecho incontrovertible del fenómeno por muchos estudiado y por nadie resuelto, de ese lugar tan castigado por el rayo, en que la cruz, símbolo uncioso de paz y armonía, era abatida por el fuego cárdeno del rayo que borraba todo lazo de paz y consagraba como lugar maldito el sitio por donde el fraile, despeñándose, acaba con su vida. Miércoles 25 Soñaba esa mañana en cosas lejanas y queridas, estaba en mi casa jugando con mi hijita en tanto que mi esposa --costumbre privada y perdón por lo indiscreto-- me hacía cosquillas hasta hacerme llegar al paroxismo de la risa y dando un grito colosal, me incorporé, era Valderrama o García Guerrero, no recuerdo quién de los dos, que me zarandeaba a toda vela para recordarme que éste día era santo del Hampón y que las mañanitas se imponían, fuimos por la guitarra a la celda 4 y dando violentos tirones a los cobertores obligaba a incorporarse a nuestra comitiva a los durmientes de las celdas; Pozos ayudó a improvisar algunos versos con la música relativa, y a todo gaznate se vociferaron “Las Mañanitas” y a petición general se abrieron las puertas de la celda de nuestro agasajado para darle una pamba “por cariño y amistad”; a nadie escapará que el pambaceado quedó más tontito y que eso no obstó para que la palomilla, una vez pasado el arrebato de la pamba, saliera apretándose la nariz en busca de oxígeno, pues debo advertir que en ésta celda, previa selección severa de “gaseosos” se cerraba a piedra y lodo, a cal y canto la ventana, pues según algunos de los que ahí dormían, pasaba de ésta “guisa” su “prueba de paciencia” y recibían del doctor Hampón lecciones de olfato… ¡pero qué olfato, callo debían decir…! Pasado el desayuno en que unciosamente destapara el Hampón una lata de chilillos curados --especialmente guardados para esta solemnidad-- se ordenó pertrecharse como se creyera conveniente, para verificar la excursión al Balcón del Diablo; ¡que mañana tan feliz! ¡cuantos paisajes se ofrecieron a la vista voraz del patrullero! Se había previsto que esta excursión sería con objeto de hacer una recolección de ejemplares de la flora y fauna y los tropezones menudeaban en tanto que la vista inquiría y las manos trabajaban en pos de un líquen, de una cactácea o de un ejemplar raro que poco después, con los tumbos del camino, se escurrían del bolsillo; la vista del Balcón es grandiosa, la hondonada principia con un tono verde oscuro y con la lejanía va perdiendo colorido hasta perderse en gris azulado de los montes en la lejanía. --Por vida de Dios “Vaquita”, acábate de bañar que ya la plebe se desmaya de jareo --díjome el Hampón mientras yo no atinaba a quitarme el jabón de la cabeza. -- ¿Cómo “jareo”, qué quieres decir? -- Pos hambre… no seas pascón… Este día no hubo labor de masticación, la comida era bebida materialmente y eran cerca de las cuatro de la tarde cuando los repletos comensales nos dejaban solos y el Hampón abría con todas las de la ley una gran lata de chiles jalapeños rellenos de atún; como día de su santo que era, se le dio ración doble, pero con un “ya… ¿no que era ración doble? y demás”, comió por diez y al final resollaba haciendo competencias con Germán, que en plácida semi siesta a cada soplo hacía volar las cositas esas que le han salido entre la boca y la nariz y que según creemos son bigotes. --Miren a la “Morsa”… parece que está en talacha. --dijo Martínez… y la “Morsa” se le ha quedado. Terminábamos el café cuando nos avisaron que la señora García Cabral, Elmita, otra niña y otra señora más acaban de llegar; corrimos a darles la bienvenida y después de los abrazos me entregó la señora García Cabral una carta de mi esposa; la leí y releí con deleite y gratitud y la tarde se me hizo más radiante, una carta del hogar lejano… siempre es querida. Las llamadas de silbato nos reunieron pronto en el comedor de nuestra “vecindad”, como ha dado en llamársele al espacio que ocupamos, y se nos llevó al comedor grande a pasar la revista de grupos; se alinearon en el amplio recinto los grupos “10", ”12", y “13" y la revista comenzó individualmente, fue satisfactorio el ver como se presentaban uno por uno, haciendo el saludo a Pozos, y tuvimos el gusto de ver que un gran contingente ya está casi perfectamente uniformado. Pozos tuvo la gentileza de que Sergio y yo calificáramos al grupo ”10"; al presentarse el “12", declinó cortésmente esta atención, para dejar en libertad a Sergio correspondiendo en igual forma al la revista del Grupo ”13". La revista nos llevó un buen rato y al salir al corredor la campana nos hizo parar en seco… tocando a duelo; la tarde se deslizó en una academia de nudos y pronto llegó la noche y con ella barruntos horripilantes de fantasmas. Verificamos bonito vivac, algunos pasaron la prueba y a las diez de la noche nos retiramos a las celdas, no habían pasado cinco minutos cuando la campana… Nos reunimos en el comedor grande para el vivac; Opín y Luis alcanzaron un éxito mayúsculo con una “bomba” yucateca de bailable y toda la cosa; Siliberman ejecutó aquello de la noche lóbrega acompañado de un movimiento continuo de su robusta humanidad y los Patales con el Guzmiño, así como los Piratas y el Camello, cantaron cuanto pudieron berrear y hasta Pipe se soltó con cada sangre…! --Ay, ay, no me dejen solo --gritó de pronto la Chiva entrando con otros al Comedor-- no me dejen que pueden volver, es horrible…! Como es natural corrimos todos a ver que pasaba y nos vamos encontrando con que había sido víctima de una aparición y su epilepsia se debía a un estado nervioso agudo, el vivac como por arte de encanto entristeció y un sonoro ladrillazo nos hizo volver las caras a la ventana trasera de la Cruz y vimos un macabro desfile de frailes en procesión… Opín sin más cuentas, se echó un clavado para refugiarse con su tía; Luis se quedó estático y el Hampón se agarraba nervioso del cuello del prójimo más cercano, el Camello, pese a sus afirmaciones de incredulidad, estuvo próximo a un colapso. No hubo medio alguno de hacer más pruebas y a poco se impuso el minuto de silencio… ¡y que silencio! Todos tomados de la mano y yo por supuesto entre todos, salimos del comedor despavoridos en busca de nuestras celdas y… al doblar el corredor en que se orientaban los albergues al final del mismo, saliendo de la puerta de la huerta, volvimos a contemplar la macabra procesión, y como si la luz de nuestras linternas les atrajera, se dirigieron a nosotros en rezo pausado y sin igual… Pronto el pánico fue de los que ya no se usan en tanto que paulatinamente iban haciéndose borrosas las siluetas en cuestión y cuando acompañado de Germán llegué al lugar donde viéramos desaparecer a los “fantasmas”… éstos habían sido tragados por la oscuridad terrible y misteriosa…! Cuando estuvimos en la celda, Valderrama hacía cometarios borrando con la más calenturienta fantasía toda clase de barbaridades y mientras cada quién se acomodaba en sus lechos, dí el último abrazo a García Guerrero que este día festejó su santo. Las linternas fueron apagadas, pero antes de meterme a mi cama tuve la “precaución” de jalar conmigo un par de botas, dos cantimploras y un cinturón; en cuanto hubieron pasado unos minutos dí un violento tirón a mi manga que como remate de cobijas me ponía. --No sean imbéciles. --dije con furia inaudita.-- ¿quién me jaló la manga? -- Ay ay ay, Vaquita, --dijo Valderrama incorporándose violentamente.-- prende por favor la linterna… hay alguien en este cuarto. El blanco chorro de luz de una lámpara sorda escudriñó rincón por rincón y… ¡nada! Se volvió a hacer la oscuridad y poco después jalé con ganas las cobijas de Víctor Ortega, Eduardo Martínez y Luis Vallejo, quiénes como el avestruz se conformaron con taparse las cabezas sin atreverse a decir ésta boca es mía. Vueltas a ordenar las cobijas y al amparo de la oscuridad, tiré hacia la ventana un par de botas que haciendo un infernal escándalo sobre los cacharros y mochilas, pusieron en conmoción a todos los de la celda. --¿Oíste?. --decía Valderrama-- esto es horrible. --Vaquita, yo pago $2.50 que tengo para que me dejen regresar mañana mismo a México, yo no espero a ver lo que pueda suceder el viernes. --dijo García Guerrero. Yo les había contado que los viernes, eran tan tremendas las manifestaciones de ultratumba, que ni los mismos encargados del convento dormían ahí. A poco rato las cantimploras siguieron el mismo camino de las botas y ya nadie decía nada, sólo se oían gemidos y violentos rechinamientos en las tablas de las camas; insistí tirando un cinturón en dirección a donde Valderrama y García Guerrero dormían y esto rompió el dique de valor. --¡Vaca! Vaquita chula, prende, prende por favor, ¡que horrible! ¡vámonos mejor a dormir al Carmen!- rugía Valderrama. Yo me reía estrepitosamente achacándolo al estado nervioso agudo y para tranquilizarlos prendí dos linternas y me fui con García Guerrero y Valderrama a platicar un rato en su cama, Valderrama ofrecía un aspecto formidable, con los pelos parados como cepillo, su pijama azul rayada y acariciándose nerviosamente los dedos de los pies, enseñaba los ojos desorbitados mientras oía que los “fantasmas” de los carmelitas, no trataban de hacer daño alguno, que eran espíritus que se materializaban mediante fuerza magnética que nos quitaban y que no alcanzaba a darles una perfecta y duradera visibilidad, que solo se acercaban con deseos de entablar conversación, pero sin fines aviesos, esto no alcanzaba a tranquilizarlos pero en algo los consolaba. Pasado un rato me fui a dormir y todavía alcancé a oir… allá entre sueños… que Valderrama me decía: --Vaca, si vuelve a suceder algo, de plano nos salimos a pedirle permiso a Pozos y nos dormimos aunque sea allá afuera… Una dulce somnolencia me fue invadiendo y me hundí en el abismo de los sueños…! Jueves 26 Esta mañana se ha presentado como platillo del día, después de las Mañanitas que le dimos a Guerrero y su peso, el hecho de que Patiño fue abrazado anoche por algo misterioso, pero ordenemos nuestros pensamientos. García Guerrero nunca se imaginó encontrar en sus compañeros un afecto que, si bien nunca compensaría la falta de sus papás que se quedaron en México, si tratamos de hacerle su día más risueño y llevadero; entre los muchachos del grupo “12" hice una colecta y todos respondieron a mi llamado; Eduardo Martínez, al decirle que ”Caifás con diez centavos", me contestó que su dinero no se había hecho para “cuelgas”, curiosa concepción del dinero, que pone en la balanza el metal con el amigo y que hace inclinarse el platillo del lado del metal… Con un abrazo dado con todo el corazón, se le entregó su peso al agasajado quien rompió a llorar de contento según nos dijo. En el comedor a la hora del desayuno, Patiño indicaba a las claras un estado patológico perfectamente sintomático, los músculos de la cara relajados, el cabello rebelde a la acción del agua y el peine, comprendí que nuestra guasa estaba yendo demasiado lejos y esperé buscar una solución adecuada y comprensible, los muchachos perdonarían a los “fantasmas”, puesto que de amigos se trataba. El resto de la mañana la tuvimos bastante ocupada en academias de nudos y semaforismo. Entusiasmaba el hecho de ver con que cariño y dedicación aprendían los ritmos del semaforismo y así nos dieron las doce del día, quedando pues, tiempo suficiente para el baño; hablando de baño, referiré unos detalles curiosos: en el diario de cierto conocido amigo, me encontré lo siguiente: “…todo está muy bonito, pero echo mucho de menos y extraño demasiado la la Tina…! Esto me picó la curiosidad y le pregunté al interesado: --¿Qué, no te gustan las regaderas? --Pues… es que… no se trata de la tina del baño, maje, se trata de… de… de… una niña que así se llama. En otro Diario, el de Siliberman, no mencionaba absolutamente nada de los eventos que se realizaban en el campamento; sólo decía: “nos desayunamos esto, esto otro y lo demás allá”, “comimos esto, y esto, etc”, “cenamos tal y tal cosa”, ¡pura comida! A esto le llamé “Campamento… de Engorda”! Terminando casi la comida de los oficiales, Pozos, que entre paréntesis parece ser algo coqueto pues trata de guardar la línea, ya que come menos que un canario, nos citó a Germán, Yeyo, Guzmán, del “38" y a mí en el comedor grande, parecía tener que comunicarnos algo de mucha importancia, y cuando estuvimos reunidos, mientras me daba masaje con Mentolatum en la rodilla reumática y dolorida nos indicó la conveniencia de terminar con los fantasmas; ideó una manera lógica, convincente y rápidamente salimos del comedor llamando con el silbato a ”Reunión". Se hicieron con premura los preparativos para la ceremonia de iniciación, Segundo Portilla se vistió con el hábito de carmelita que tantos dolores causara a los campamenteros; Sergio, Germán, el Hampón y yo, nos quitamos camisolas y camisetas, fajándonos las hachas, los cuchillos y colocándonos el pañuelo en forma de capelina, los preparativos se hacían, aumentando el pavor de la palomilla afuera formada y que le preguntaban a Germán: --Oye Germán, ¿ya trajiste el cloroformo que dejó sobre la mesa del comedor Pozos? --No, pero ahorita que pase por ahí la traigo. Pozos --preguntaba yo.-- ya no hay más que cinco bisturíes adentro, ¿voy por otros cuatro siquiera? Fui por una calavera que nos facilitaron los Tequiuas y sobre una tabla de regulares dimensiones clavé mi hacha y mi cuchillo con la calavera en medio, y pase frente a los formados con una cara de compasión mal contenida, en tanto que las miradas inmensamente azoradas me seguían hasta perderme en el comedor, cuya puerta fue cerrada cuidándola el Hampón hacha en mano. Con mano insegura se fueron colocando los pañuelos en forma de venda sobre los ojos y tomados de la mano, imponiéndoles silencio con sendos garrotes de sonoro encino, con los que golpeábamos pavorosamente las mesas de roble, fueron entrando al comedor, dispuestos a morir de una buena vez. Lentamente fueron pasando los minutos y en calidad de maracas sonábamos discretos demoniazos en las testas vendadas, colocando a los neófitos aún en posturas colosales; uno tenía la postura de implorar la caridad pública, más allá, estaba algún otro que parecía rogar a toda la corte celestial el fin de sus congojas. Lo mejor llegó con la prueba de obediencia, todos se tiraban… de cabeza vil y de no ser por uno que otro chipotón, todo resultó sin novedad. ¡Ah! Pero las claras de huevo con limón y sal… ¡que pucheros! La que se hubiera armado si los iniciadores hubiésemos podido adivinar sus pensamientos… el único considerado fue Pozos, daba palabras de consuelo y al final de cada prueba preguntaba con un tono que envidiaría un pastor de iglesia en oficios de domingo. Hasta ahora todos han pasado bien esta prueba y yo los felicito, él que desee salir de la ceremonia aún es tiempo, ¿quién dá más? Llegó por fin el epílogo de la iniciación; al “38" lo habíamos desarmado varias veces porque esgrimía amenazadoramente un cuchillo de respetables dimensiones, luego un hacha y por fin un pico que nos puso como Dios a los cotorros; se les fue acomodando en fila y sentándolos, las vendas cayeron de los ojos y se les dio un momento para que parpadearan a gusto, luego Pozos les fue explicando el simbolismo de cada prueba. Llegó el momento en que se les debía explicar la noticia-cañonazo y Pozos gozosamente fue explicando que los ”fantasmas", el desmayo que yo había sufrido, los toques de campana, el desfiladero de los frailes y demás, habían sido “la prueba de valor”. Excuso decir que las miradas se concentraban sobre los “espantos” de manera homicida y no faltó por ahí quien propusiera ¡pamba! con el susto consiguiente de los asustadores; a partir de ese momento, fue un continuo llamar en la campana, que en desquite se peleaban por tocar! Patiño tramaba un complot anarquista en contra de mi real cáscara, pero de repente se acordaba del abrazo y quieto se quedaba. La cena de ésta noche fue brutal, los apetitos habían vuelto y todos hicieron los debidos honores al bayo gordo, a la cecina, al suculento atole de leche y a los bodoques de arroz con piloncillo, del que sin exagerar se les dio a cada quien, para el susto, no menos de kilo por sesera. ¡Que ronquidos por la noche! ¡Que descanso en las conciencias! Mañana será el último día de campamento y sería muy pequeño para despedirnos del bellísimo lugar, para acabar de pasar las pruebas faltantes y para ir a visitar por vez postrera los rincones preferidos… Viernes 27 He despertado muy temprano hoy, necesito aprovechar todos los minutos de este día, que será el último de este campamento de ensueño, ¡qué feliz he sido en ésta semana! De no ser por la espina que la ausencia de mi esposa y de mi hijita me produjo, mi dicha hubiera sido completa, pero estas consideraciones merecen capítulo aparte, las amistades consolidadas en este campamento, merecen también ser recordadas con dulce gratitud en otra página. La señora García Cabral, hada bienhechora de la sufrida comisión de alimentación, nos acompañó primero a dar las “Mañanitas” a Torres Cano y, después a hacer una revista minuciosa de las existencias masticables para dar a los buenos camperos un banquete a toda regla; se encargaron las gallinas y los guajolotes, se hizo una tortilla de huevos de espantables proporciones, un atole pistonudo, carne, verduras y quién sabe cuántas cosas más. Pozos comprendió los deseos de su palomilla y con beneplácito general, dio la mañana libre para ir a excursionar, paso por alto los detalles de ésta nuestra última mañana en campamento, pues fueron tan hermosos que el léxico humano no alcanzaría a describirlos; la inquietud del retorno se dejó sentir desde las primeras horas y todos nos hacíamos el cálculo de que, al día siguiente ya estaríamos en camino a Tenancingo, portal de maravilla, que nos conduciría como primer eslabón en la cadena de nuestro viaje de regreso al lado de nuestros hogares; por otro lado, las regaderas cumplieron con su cometido, las navajas de rasurar entraron en acción y a la hora de la mesa, no hubo patrullero u oficial que no se presentara hecho un Beau Brummel dispuesto a hacerle los debidos honores al banquete preparado por la señora García Cabral, ¡qué hartazgo! ¡Qué consumo de sal de uvas! Llegó el momento en que había de apretarse bien el cinturón y terminar de pasar las pruebas; las hubo de semaforismo, silbatos, señales de camino y ¡la de recorrer un kilómetro en nueve minutos! El camino del Carmen fue la lisa y su belleza enorme animó de tal manera como si hubiésemos recibido una inyección de su grandeza. La señora García Cabral, es bonito repetirlo, preparó una enorme olla de agua de jamaica y con una cazuela de capulín en dulce se situó para regalar nuestros gaznates; las pruebas seguían y a cada momento ibamos por nuestro “premio”, dicen por ahí “lenguas ociosas” que los Tres Piratas y el Camello, a causa del agua ingerida en proporciones mayúsculas, sufrieron un líquido accidente por la noche en su cama. Conforme regresaban los grupos de pasar la Prueba del Kilómetro, se anotaban las calificaciones y al llegar al núcleo de Yeyo, un hurra estruendoso saludó al final de nuestras pruebas, las de natación y otras faltantes las pasaríamos en México. Se llamó a “rancho” a eso de las siete y la luz del sol alumbraba aún con rojizos resplandores los lugares tan amados; cenamos en silencio, casi tristones, la balumba de reconocer el plato y la taza comenzaba, pero mañana sería lo gordo, nadie sabía quién tenía su cuchara o qué prójimo usaba en esos momentos su cuchillo… como quisiera expresar en letras, en ideas sentidas sentidas y hermosas la impresión de nuestro último vivac. Tomamos como sitio para ello la explanada acostumbrada en las afueras del convento, y éste parecía que con sus paredes, pletóricas de hiedra y bugambilias, hacía acto de presencia en esta noche durante la ceremonia que pondría broche de oro en el casillero de los recuerdos y de los corazones; nos acompañaron, amén de la señora García Cabral, Elmita, su tía y su prima, los señores Gómez. Principió nuestro vivac con el minuto de silencio y una pequeña fogata encendida al efecto, se fueron agregando leños que Pozos ordenó a cada uno de nosotros buscásemos para ponerlos y la Fogata de la Amistad pronto cobró resplandores de un sentimiento, calores de una amistad, se repitieron algunos números ya conocidos, el del Compadre Muerto, la Bomba de Opín y Luis, Elmita bailó un jarabe y el momento crítico a la vez que grandioso e inolvidable, llegó. Pozos tomó la palabra, con esa dicción suya tan clara, tan llana y tan sincera, no buscó en su oratoria refinamientos de orador ni trató con metáforas vacías su sentir plasmado en la palabra, fue deshilvanando los minutos felices de esta semana de gloria y paraiso, muy pronto sentí esa emoción doliente y generosa que pone en la garganta el corazón hecho nudo, hecho dolor, hecho llanto, recuerdo aún sus palabras como si hubiesen sido esculpidas con fuego en mi cerebro: “tal vez ésta sea la única vez que estemos reunidos en un vivac y al rededor de una fogata, tal vez la muerte, tal vez la vida, nos lleve por distintos derroteros y…” Continuaron cayendo sus palabras en este ambiente balsámico y conmovedor en su grandeza y a su influjo, cual mágico conjuro, natura colgó en los párpados azules de su cielo millones de lagrimas titilando en las estrellas, en los árboles cercanos, brilló también el jubileo de las luciérnagas combando bajo el peso de sus luces los cedro y encinas y en el ambiente carmelita todo, vibró la endecha y fulguró la luz de nuestros llantos. Terminó Pozos y me designó para que yo tomara la palabra, traté de dominar la sensación de asfixia, de tristeza y mi cerebro se negó a profanar ese ambiente cristalino con voces que hubiesen resultado sin sentido, quise poner en mi labio un átomo de la enorme poesía que me rodeaba y sólo pude decir una palabra de cariño a mis colegas y cobarde me negué a dejar ver una lagrima quemante que huía de los ojos para buscar el corazón constrito…! Fueron sucesivamente hablando uno por uno de los presentes, a todos podía notársele que la emoción cortaba sus ideas y que todos, haciendo un esfuerzo infinito terminaban diciendo sus sentimientos de amistad, ¡ésta es la verdad! Amistad. Subido en el tronco de un árbol, pedí con torpe palabra que como paréntesis de amor en nuestras vidas, formáramos una cadena con las manos, que en los trances gratos o duros de la vida, fuera el lazo de unión entre este día y el de mañana; así lo hicimos, a mi izquierda tuve a Felipe de la Vega, a mi derecha a Germán Torner, unidos para siempre en esta guisa sentí la cálida presión que devolví gustoso y sincero, nuestra Cadena de la Amistad en Tenancingo, en mudo juramento, nos obliga mutuamente y para siempre; pasamos tomados de la mano el minuto de silencio y de retirada a nuestras celdas, entonamos como ferviente adiós al campamento, Yucalpetén, Caminante del Mayab, y el Yumurí… Sábado 28 Casi todos nos hemos adelantado al toque de “Diana”, el tráfago febril se dejó sentir desde que despuntó el alba y pronto las mochilas quedaban reclinadas donde antes descansaran las cabezas; después vino el aseo, un adiós a las fuentes cristalinas; las “Mañanitas” que diéramos a Germán esta mañana, habían dejado sus sonrisas floridas en las caras y el desayuno, digno de un banquete de Heliogábalo, en el que se sacrificaron al rededor de 86 blanquillos, todas las latas de leche condensada que quedaban el la despensa, carne, frijoles, dulce arroz y una colosal avena, pasaron en un santiamén a los buches “para estar fuertes y aguantar el viaje”. Júbilo que hacía brillar las caras, alegría de saber que por la noche estaríamos de nuevo en el hogar caliente y que nuestros ojos volverían a contemplar los semblantes queridos; a todo grito, con muchas ganas, cantamos el Corrido del Patrullero, se pidieron aplauso para Germán por su santo, a la señora García Cabral, para Pozos, para todos. ¡por fin volvían los trastes a sus legítimos dueños! que cariños prodigaron los propietarios a sus tazas y a sus platos; los limpiaban, los bruñían, los olfateaban… Se procedió a la escrupulosa limpieza de celdas y a las diez de la mañana de tocó a “Reunión”, hubo colecta que rindió dos pesos cinco centavos y fueron entregados a don Felipe, los apancles y petates se entregaron, los que habían perdido algo iban y venían a la celda “11", lugar que se destinó para los objetos perdidos: sombreros, pañuelos, toallas, sábanas y demás que se habían extraviado en los primeros días fueron apareciendo y recobrados por sus dueños; las mochilas pesaban mucho, se hizo un arreglo con un burrero que se había comprometido a proporcionar sus animales y luego, ”pos siempre no", al rato, “pos siempre sí” hasta que diciéndole una barbaridad lo conminamos al “qué hubo con qué”, pero ya de plano las mochilas se fueron acomodando, primero las de los chicos y así hasta que todas estuvieron a “lomo de burro”; desde el día anterior me atormentaba un tendón en la rodilla izquierda y reuma en la derecha, me vi obligado a alquilar un caballo que de caballo nomás el nombre tenía, Rocinante era esbelto en comparación. No quise volver la cara al partir, una sensación horrible y opresora me embargaba y partí con la idea de que sólo iba al Carmen o a Tenancingo, pero desechando de mi mente el adiós. Cerca de las dos de la tarde, estábamos reunidos en la placita rústica de donde saliéramos apenas el sábado anterior y nuevamente se nos entregaron cincuenta centavos para comer y con ordenes de estar pendientes para no hacer esperar en caso de que llegara temprano el camión. Celebramos dignamente el santo de Germán, le endulzamos los bigotes y un grupo reducido comíamos poco después en los portales. Se imponía comprar algo para nuestras casas y… que coincidencia… todos nos fuimos encontrando en… “La Victoria”. Zarza, manzana, perón, capulín, membrillo, durazno, etc, etc, cada quién fue solicitando mediante consejo que le pedían a Germán, a poco los estantes donde se exhibían los famosos “Chumiates” estaban nada más que con rodeles de polvo en donde antes descansaban las botellas, no hubo un sólo patrullero que no cargara en ambos brazos… sus “muñecas”. Las banquetas, por razón del terreno accidentado, son algunas más altas que las otras, pues bien, al bajar de una de ellas, distraído resbalé con los estoperoles de las botas y me levanté echando pestes del Municipio, Pozos, que vio este, me preguntó: --Vaca, ¿de qué fue el resbalón? Y le contesté: --Pues francamente… de… ¡Tutifruti! Nuevamente nos vimos en un vehículo civilizado, la tierra y el polvo… ¡Bolillo! Se cantó a todo meter unos versos del Camello que más o menos decían: …llegamos a Tenancingo …muy pronto y sin novedad …echémonos un chumiate …sin que lo sepan papá o mamá. Todo esto con la música del Chunga para acá, etc, a éstos versos vinieron otros más, todos trataban de poner su grano de arena y el gozo fue general; comentábamos en un pueblecito que pasamos, los nombres de los establecimientos comerciales, la pulquería se llamaba, “El gorjeo de las aves”, la tlapalería “Mil flores”, una perfumería “La herradura”, etc, etc. En Salazar devoramos los tamales de chile, de dulce y de manteca que nos llegaron a ofrecer y bajamos a saludar al señor Serratos. Cuando descubrimos México, sumido en un mar de luces, la palomilla feliz se acabó de alborotar; las porras no pararon sino hasta que nuestros ojos tropezaron con un tranvía; las casas, los edificios, que raros nos parecían… volvíamos a la civilización. Nuestro camión torció por mil vericuetos y cruceros pronto llegando a Licenciado Verdad; cuando comenzamos a bajar, no había alma esperándonos, pero no había transcurrido un minuto cuando muchos brazos se tendían hacia nosotros. Mi hijita llegó en brazos de mi esposa y abrió los ojos sin reconocerme, lleno de tierra, ensombrerado, sucio por el camino, hasta que haciendo un delicioso mohín me tendió los brazos. Germán, De la Vega y el “38", se batían duro y parejo tirando abajo las mochilas y no faltó un descuidado que buscando los brazos de mamá, le cayera un soberbio mochilazo en la cabeza, y ”Jesús", “no mamá no lo sentí”, pero luego de chuequito murmurara, “animal tan desgraciado, a ver si otro día se fija donde pone las mochilas”. Vayan éstas últimas líneas de cariño, en recuerdo uncioso a esa calzada que lleva del convento al Carmen, ese rincón perdido y grandioso, digno de guardar como joyero, éste girón de tiempo y de alegría, ésta retorta que fundió en un anhelo y una sola cosa, la dinámica y risueña juventud que ahí viviera… anhelos de volver al rústico refugio del ahora mustio manantial, que en los día tras día fuera por las tardes sólo o en compañía de algún amigo fiel y silencioso a contemplar la puesta del sol tras las cumbres. Gracias también para Pozos, Sergio, Germán, Valderrama, Gómez Ciriza, García Guerrero, Vidales, Segundo, para Mario, Viesca, Opín, Patiño, González y en una palabra para todos aquellos que juntos convivimos, sin olvidar al buen Hampón, amigo al que aprendí a querer muy de veras; gracias también a la celda “5" que albergó una semana de mis anhelos y mis guasas. Recuerdo imperecedero de nuestra ”vecindad", de las “crujías”, de los trucos ingeniosos en la hora de comer, de los “resbalones de titufruti y de nuestro camino que pasaba cerca del Gran Mareo, que nunca de mi mente se borre el recuerdo de esa semana pasado al calor de mis amigos y que consolidó con muchos una amistad sincera, sempieterna y que jamás el polvo de los años manche el juramento de nuestra Cadena de Amistad en Tenancingo, que viven en mi mente las facetas de esa joya coruscante que se llama Santo Desierto de Tenancingo.

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