lunes, 30 de julio de 2012

TENANCINGO - por el Inst. Luis Gilberto Torres Torres

Este relato está tomado del libro "Mi Curva de la Vida" del Instructor Luis Gilberto Torres Torres


ACUARELAS DEL CONVENTO PINTADAS POR EL INSTRUCTOR RAÚL GÓMEZ TREJO

TENANCINGO

Muchas poblaciones de México son hermosas, pero para mí Tenancingo reviste un encanto especial por los hechos vividos en este paradisíaco lugar. Está situado en el estado de México a una hora de su capital Toluca. La primera vez que lo visité tendría 6 o 7 años acompañando a 5 mujeres, mi tía Cristina, mi madre, mis primas Mida y Nonis y mi hermana. Nos hospedamos en el Hotel Embajadores frente al zócalo el único hotel en el pueblito.
Mi tía me proporcionó una garrafa con forro y tirante de mimbre que usamos como cantimplora y yo fui el encargado de proveer al grupo del preciado líquido, durante nuestras múltiples caminatas. Comíamos en una fonda de madera que estaba a un lado del zócalo y ahí para nuestro asombro contemplamos el ataque epiléptico del hijo de la dueña. Mucho nos impresionó pues se mordió la lengua y cortó la mano con una corcholata, pero esta enfermedad no era nueva para nosotros, pues mi tío Miguel, hermano de mi abuela, la padeció y vivió con nosotros por más de 15 años.
Descubrimos en nuestras andanzas muchas sorpresas, como quesadillas de requesón, merengues artesanales y una fábrica de vinos de frutas o chumiates, La Victoria. Recorrimos La Alameda, el Pocito, donde según la tradición, el que prueba su agua, vuelve a Tenancingo, el Salto Chico, el salto de Santa Ana y la escuela Normal de Tenería donde trabajaba una maestra Balmori, colega de mi tía, comimos con sólo tortillas y las manos, pero de regreso nos trajeron en camión de redilas y cayó una tormenta, llegando mis primas y mi mamá hechas una sopa, pues mi tía y los niños viajamos con el chofer. Subimos al Monte del Calvario y visitamos su capilla, Comimos junto al río y vimos a unos campesinos bañarse desnudos del otro lado haciendo señas obscenas a mis mujeres y tuvimos que abreviar el refrigerio, por último visitamos la Casita, una quinta preciosa rodeada de flores y árboles propiedad de la maestra Alicia Guadarrama, guapa compañera de mi mamá y mi tía en la primaria El Pípila, donde trabajaban y en donde comimos con otras maestras como Chelo y Tula del mismo plantel.
La tradición de beber el agua del Pocito se cumplió conmigo y regresé con los Amigos del Bosque, Asociación Escultista Mexicana muchas veces a partir de mis 11 años de edad, ya no sólo a Tenancingo sino a la ranchería del Carmen y al Santo Desierto de Tenancingo donde se encuentra el imponente convento Carmelita con su barda de la excomunión. Aquí pasé los días más felices de mi infancia, especialmente mi primer campamento por méritos en 1947 al que asistí con mi primo Carlos y quién ya se quería regresar a los dos días, por las terribles pruebas de valor donde se nos aparecían monjes fantasmales en los obscuros pasillos.
Los campamentos por méritos duraban 8 días y se tenían academias y pruebas de nudos, semaforismo (señales con banderas), señales con piedras, humo, Morse, primeros auxilios, el recorrido de un kilómetro en diez minutos cargando el equipo, redactar un diario, prender una fogata con sólo elementos naturales, coleccionar y guardar muestras vegetales y animales y la participación en los vivaques cantando, recitando, actuando en comedias o tocando armónica de boca. Si lograbas pasar todas las pruebas obtenías la insignia de buen campero, pero no sólo eso, pues para entonces te habías hecho capaz de bastarte por tí mismo y habías ganado muchos amigos patrulleros, como Oscar Alarcón quién fue mi padrino de pañoleta y amigo íntimo hasta su muerte hace algunos años.
Entre los hermosos e imponentes rincones del Santo Desierto, están los balcones del Diablo y San Miguel, La Calzada de los Cedros de Líbano, La cañada de los Enanos, las solitarias Ermitas, La barranca con sus lianas y el Atolito, un gran tronco clavado de un lado y el otro extremo ya sobre la barranca, donde lo montábamos y los compañeros lo movían hasta hacernos caer. En el convento recuerdo al Cristo de las 7 suertes, el cuál fue rifado entre diferentes órdenes eclesiásticas y en todas lo ganaron los Carmelitas descalzos.
En la imponente calzada de los Cedros de Líbano, porque ahí se encuentra la casa matriz de los Carmelitas y desde este lugar trajeron los árboles, me tocó contemplar años después, cuando el convento volvió a ser ocupado por los monjes, la procesión funeral del prior que había fallecido, esto fue en la noche y caminaron desde el convento hasta el cementerio que está ya en El Carmen, cantando salmos y coros Gregorianos, entonados por veintitantos monjes vestidos con su traje de gala y gruesas capas café portando sus cirios. Este espectáculo fue impresionante, inolvidable y sobrecogedor.
También recuerdo que con mis pequeñas hijas Margarita y Raquel, estuve acampado con el grupo 87 ya de niñas patrulleras de los Amigos del Bosque, al mando de Rebeca Ludke, en un pequeño valle a espaldas del monasterio, donde a media noche nos sorprendió un terrible temblor, que por estar acostados sobre la grama, se sintió mucho más fuerte de todos los que he sentido.
Tenancingo se ha convertido en uno de los sitios más importantes para mí en todos sentidos, pues me recuerda seres queridos que ya se adelantaron en el camino y es el lugar mágico donde convergieron mis sueños de niño, adolescente y joven para dejar una huella imborrable en mi vida.

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