lunes, 30 de julio de 2012

LA NEVADA EN EL VALLE DEL PATRULLERO - Por el Inst. Luis Gilberto Torres Torres

Este relato está tomado del libro: "Mi Curva de la Vida" del Instructor Luis Gilberto Torres Torres.
LA NEVADA EN EL VALLE DEL PATRULLERO

En Enero de 1958 los Amigos del Bosque Asociación Escultista Mexicana, celebrarían su 21 aniversario en el emblemático Valle del Patrullero o Valle del Teponaxtle, hermoso sitio rodeado de pinos y por un arroyo de aguas cristalinas, situado entre La Marquesa y las Truchas de la carretera México Toluca. El grupo veinte de pioneros (8 a 12 años, pero había algunos hasta de 6) cuyo instructor era el Ing. Oscar Alarcón decidió salir por la mañana para acampar con más tiempo, mientras que el resto de la asociación saldría por la tarde.
La tradicional excursión de cada 15 de Enero se hacía ahí porque el primer aniversario se celebró en ese lugar y cada dos años había elección del director entre los miembros activos y se celebraba el Gran Consejo Anual del Bosque, informe del director saliente, relatando todas las actividades principales de la asociación. Esta era la culminación de la semana escultista que incluía una guardia de 24 hrs., a los Héroes en el Ángel de la Independencia, La Amistad Patrullera que era el intercambio de regalos por azar y otros eventos.
Amaneció lloviendo suavemente y salimos 30 patrulleros al mando de Oscar y de un servidor ayudante de instructor, unos en camión y los menos en la camioneta pick up de la SAGARPA (Secretaría de Agricultura Ganadería y Recursos Pesqueros) a cargo de Oscar, nos reunimos en la Marquesa y emprendimos el recorrido de tres Km. hacia el Valle del Patrullero. Plantamos las tiendas en medio de la pertinaz lluvia y después tuvimos una comida fría.
En la tarde antes de que pardeara el día la llovizna se tornó como turbia, extraña y de repente flotaban copos de nieve sustituyendo a las gotas de lluvia y al anochecer teníamos un blanco manto de nieve cubriendo el valle y los árboles. Al principio todo era felicidad y contemplación del paisaje hermoso para todos nosotros pues no habíamos visto nunca una nevada, hasta juegos y balazos de nieve, pero de repente empezamos a sentir el frío, que ya de por sí es clásico a estos 3,000 msnm. Y sin ropa adecuada, empezamos a resentirlo. Toda la noche fue dantesca y Oscar y yo nos la pasamos dando friegas con alcohol y bebidas calientes, que preparábamos en una estufa COLEMAN, en medio de llantos y quejas de los patrulleritos.
Yo era novio de Rosa María y la había invitado a la ceremonia de aniversario, citándome con ella en Las Truchas, para guiada al lugar de reunión a las 10 hrs, así que faltando media hora para estar por ella, me puse en marcha creyendo que no habría ningún problema, pero ¡Oh sorpresa!, los caminos y veredas estaban cubiertos de nieve de unos 40 cm. y ramas de los pinos que se congelaban y caían obstruyendo el paso. De repente estaba perdido y solo con un suéter de lana, mi pantalón y camisola del uniforme y unos choclos comunes, así que el frío me maltrataba y pronto el cansancio también, pues caminé cerca de dos horas sin llegar nunca a las Truchas.
Poco a poco fui cayendo en la desesperación pues cada paso que daba se hundía en la nieve y me obligaba a un esfuerzo sensacional, hasta que me encontré a otros jovencitos perdidos como yo y al poco rato apareció el valle del patrullero como bendición.
Cuando llegué ya estaban llegando varios exploradores y colonos de otros grupos a rescatarnos, nos ayudaron a levantar el campamento, aunque por la nieve se perdieron muchas prendas que estaban fuera de las tiendas de campaña bajo la nieve. Nos trasladamos a la Marquesa cargando niños pequeños equipo y yo mi acordeón además, el resto de nuestros compañeros estaban en la cabaña de la SAGARPA donde les dieron albergue desde la noche y ahí nos reunimos alrededor de 150 patrulleros, en un pequeño sitio lleno de gente, equipo y agua-lodo. No hubo ninguna celebración en la llegada a la mayoría de edad de la asociación, pero la real hazaña fue sacar la camioneta de Oscar que dejara estacionada en una depresión, ahora llena de nieve y que prácticamente fue cargada por nuestros compañeros y sacada después de horas de esfuerzo hasta las lágrimas.
Para la comida algunos compraron en los puestos de alrededor quesadillas y memelas y otros comimos alimentos fríos traídos exprofeso en nuestras mochilas para ser cocinados en una fogata, lo cual no fue posible. Las banderas y banderolas de todos los grupos se veían tristes y mojadas recargadas en la pared y nosotros a pesar de todo lo pasado, estábamos felices de estar rodeados de hermanos patrulleros y hasta entonamos marchas patrulleras acompañados de mi acordeón. Recuerdo varios nombres de esa ocasión, como el director Rafael Pozos Léon, los instructores Oscar Alarcón, mi primo Carlos Dorantes Méndez, Ernesto Morelos, Héctor Cevallos, Raúl Gómez Trejo, Claudio Silva Herzog,  Oscar Díaz Guerrero y Gustavo Garza y a los pioneros del grupo veinte Teódulo y Alejandro Ángeles Espino, Pepe Ludke, Esteban Blanchard, Francisco Miranda, Roberto Carey, Víctor Maldonado, los hermanos Souza, Octavio Díaz, Víctor Hugo Calderón, Salvador Juárez, los hermanos Genís, Jorge Gaballet los hermanos Treviño, los hermanos Amieba y otros que mi memoria ya se han borrado con el paso de los años.
La experiencia de haber estado perdido y solo en medio de la nieve, ha sido inolvidable, pues nunca me sentí tan indefenso, sintiendo que no saldría de ahí pues estaba sin fuerzas y congelado. Además con la responsabilidad de que había varias personas que me esperaban y a quienes tenía que auxiliar, pues yo junto con Oscar éramos responsables de muchos patrulleros que estaban bajo nuestro mando. Creo que deben haber adquirido resfriados y gripe muchos de ellos, pero a mí no me afectó ninguna enfermedad, a pesar de que estuve con los zapatos y ropa empapados durante muchas horas.
Rosa María llegó a la parada de Las Truchas, esperó unos minutos y al ver que por la nevada, cambiaban los planes, tomó un camión de regreso sin mayores consecuencias.

TENANCINGO - por el Inst. Luis Gilberto Torres Torres

Este relato está tomado del libro "Mi Curva de la Vida" del Instructor Luis Gilberto Torres Torres


ACUARELAS DEL CONVENTO PINTADAS POR EL INSTRUCTOR RAÚL GÓMEZ TREJO

TENANCINGO

Muchas poblaciones de México son hermosas, pero para mí Tenancingo reviste un encanto especial por los hechos vividos en este paradisíaco lugar. Está situado en el estado de México a una hora de su capital Toluca. La primera vez que lo visité tendría 6 o 7 años acompañando a 5 mujeres, mi tía Cristina, mi madre, mis primas Mida y Nonis y mi hermana. Nos hospedamos en el Hotel Embajadores frente al zócalo el único hotel en el pueblito.
Mi tía me proporcionó una garrafa con forro y tirante de mimbre que usamos como cantimplora y yo fui el encargado de proveer al grupo del preciado líquido, durante nuestras múltiples caminatas. Comíamos en una fonda de madera que estaba a un lado del zócalo y ahí para nuestro asombro contemplamos el ataque epiléptico del hijo de la dueña. Mucho nos impresionó pues se mordió la lengua y cortó la mano con una corcholata, pero esta enfermedad no era nueva para nosotros, pues mi tío Miguel, hermano de mi abuela, la padeció y vivió con nosotros por más de 15 años.
Descubrimos en nuestras andanzas muchas sorpresas, como quesadillas de requesón, merengues artesanales y una fábrica de vinos de frutas o chumiates, La Victoria. Recorrimos La Alameda, el Pocito, donde según la tradición, el que prueba su agua, vuelve a Tenancingo, el Salto Chico, el salto de Santa Ana y la escuela Normal de Tenería donde trabajaba una maestra Balmori, colega de mi tía, comimos con sólo tortillas y las manos, pero de regreso nos trajeron en camión de redilas y cayó una tormenta, llegando mis primas y mi mamá hechas una sopa, pues mi tía y los niños viajamos con el chofer. Subimos al Monte del Calvario y visitamos su capilla, Comimos junto al río y vimos a unos campesinos bañarse desnudos del otro lado haciendo señas obscenas a mis mujeres y tuvimos que abreviar el refrigerio, por último visitamos la Casita, una quinta preciosa rodeada de flores y árboles propiedad de la maestra Alicia Guadarrama, guapa compañera de mi mamá y mi tía en la primaria El Pípila, donde trabajaban y en donde comimos con otras maestras como Chelo y Tula del mismo plantel.
La tradición de beber el agua del Pocito se cumplió conmigo y regresé con los Amigos del Bosque, Asociación Escultista Mexicana muchas veces a partir de mis 11 años de edad, ya no sólo a Tenancingo sino a la ranchería del Carmen y al Santo Desierto de Tenancingo donde se encuentra el imponente convento Carmelita con su barda de la excomunión. Aquí pasé los días más felices de mi infancia, especialmente mi primer campamento por méritos en 1947 al que asistí con mi primo Carlos y quién ya se quería regresar a los dos días, por las terribles pruebas de valor donde se nos aparecían monjes fantasmales en los obscuros pasillos.
Los campamentos por méritos duraban 8 días y se tenían academias y pruebas de nudos, semaforismo (señales con banderas), señales con piedras, humo, Morse, primeros auxilios, el recorrido de un kilómetro en diez minutos cargando el equipo, redactar un diario, prender una fogata con sólo elementos naturales, coleccionar y guardar muestras vegetales y animales y la participación en los vivaques cantando, recitando, actuando en comedias o tocando armónica de boca. Si lograbas pasar todas las pruebas obtenías la insignia de buen campero, pero no sólo eso, pues para entonces te habías hecho capaz de bastarte por tí mismo y habías ganado muchos amigos patrulleros, como Oscar Alarcón quién fue mi padrino de pañoleta y amigo íntimo hasta su muerte hace algunos años.
Entre los hermosos e imponentes rincones del Santo Desierto, están los balcones del Diablo y San Miguel, La Calzada de los Cedros de Líbano, La cañada de los Enanos, las solitarias Ermitas, La barranca con sus lianas y el Atolito, un gran tronco clavado de un lado y el otro extremo ya sobre la barranca, donde lo montábamos y los compañeros lo movían hasta hacernos caer. En el convento recuerdo al Cristo de las 7 suertes, el cuál fue rifado entre diferentes órdenes eclesiásticas y en todas lo ganaron los Carmelitas descalzos.
En la imponente calzada de los Cedros de Líbano, porque ahí se encuentra la casa matriz de los Carmelitas y desde este lugar trajeron los árboles, me tocó contemplar años después, cuando el convento volvió a ser ocupado por los monjes, la procesión funeral del prior que había fallecido, esto fue en la noche y caminaron desde el convento hasta el cementerio que está ya en El Carmen, cantando salmos y coros Gregorianos, entonados por veintitantos monjes vestidos con su traje de gala y gruesas capas café portando sus cirios. Este espectáculo fue impresionante, inolvidable y sobrecogedor.
También recuerdo que con mis pequeñas hijas Margarita y Raquel, estuve acampado con el grupo 87 ya de niñas patrulleras de los Amigos del Bosque, al mando de Rebeca Ludke, en un pequeño valle a espaldas del monasterio, donde a media noche nos sorprendió un terrible temblor, que por estar acostados sobre la grama, se sintió mucho más fuerte de todos los que he sentido.
Tenancingo se ha convertido en uno de los sitios más importantes para mí en todos sentidos, pues me recuerda seres queridos que ya se adelantaron en el camino y es el lugar mágico donde convergieron mis sueños de niño, adolescente y joven para dejar una huella imborrable en mi vida.